Relato Gay – Sauna Sun City en Paris

Hace dos cursos estuve en París de Erasmus. Como soy un poco culo inquieto y al llegar a la ciudad de las luces me veía soltero de nuevo, no perdí mucho el tiempo y empecé a buscar en Internet lugares populares para el cruising.

Por lo que pude encontrar, París debió de haber sido un paraíso del cancaneo hace unas décadas, pero hoy día ha perdido muchos de sus lugares habituales de cruising al aire libre. Quedan algunos en el centro de la ciudad, como los jardines del Louvre, y otros a las afueras, como el Bois de Vincennes, aunque en este último yo no tuve mucha suerte. Creo que hoy día es más popular el cruising de interior, y no me extraña porque en París hace un tiempo de mil demonios. A la semana de estar allí, tras una batalla ganada contra el alquiler del piso y la burocracia francesa, decidí darme un homenaje y acudir a uno de estos lugares. La mayor parte del mundo gay en París gira en torno al barrio de Le Marais y la rue Saint Denis. Probé suerte, tras comparar opiniones en Internet, con la sauna Sun City, en Boulevard de Sebastopol (por si vais a París y os hace daros un capricho). Se supone que es la sauna más grande de Europa en metros cuadrados (todas se anuncian como la más grande) y está decorada con motivos indios y orientales. Amantes del cruising, os aseguro que este sitio es una maravilla.

Nada más pagar la entrada y recoger la toalla y la pulsera con el condón, bajé al vestuario. La música de Scissor Sisters y la humedad caliente del vapor llegaban hasta las taquillas para guardar la ropa, donde me desnudé rodeado de varios hombres. Algunos debían de ser amigos que habían ido allí a pasar la tarde en pack, otros eran lobos solitarios y otros muchos (como en todos los lugares de cruising) eran señores muy mayores y mal conservados. Variedad había, para lo bueno y para lo malo. Incluso antes de ir a las cabinas de las duchas, el ambiente ya me tenía cachondo perdido. Se notaba el ir y venir de miradas examinando posibles presas.

Cuando salí de ducharme, pasé por delante del bar y me dirigí a la zona de piscina y jacuzzi. ¡Piscina! Me faltó tiempo para superar mi vergüenza inicial, desnudarme y lanzarme al agua. Nunca antes había experimentado lo de nadar completamente desnudo; es simplemente maravilloso. Tras un rato largo nadando, rodeado de más tíos en pelota picada, salí de la piscina y me dirigí al jacuzzi principal. No me costó mucho darme cuenta de que era buen sitio para elegir pareja de baile. Veía cómo varios tíos, de dos en dos o de tres en tres, se acercaban poco a poco hasta empezar a magrearse. A mi lado se fue a sentar un hombre, entre los treinta y los cuarenta, con barba corta y el pelo negro y rizado. Gastaba un cuerpo atlético. Un cruce de miradas bien interpretadas y empezamos a arrimarnos poco a poco. Primero se encontraron nuestras manos bajo el agua. No la apartó, así que comencé a atreverme un poco más mientras él ya pasaba a mi pierna. Primero toqué su muslo y luego mi mano se fue deslizando por su entrepierna hacia un auténtico tesoro. Incluso bajo el agua su polla ya era un magnífico mástil duro y erecto, largo y gordo, de esos que abarcas con el puño sin cerrar.

Empecé a jugar con aquel pene que acompañaban unos huevos gordos, con un sube y baja de mi mano, que de vez en cuando apretaba con fuerza su polla haciéndole soltar gemidos de satisfacción. Él había soltado mi polla y se dejaba hacer. Acerqué mi boca a su oreja y con un susurro le supliqué que me dejara comérsela. Accedió. Salimos del agua y nos dirigimos a una cabina de las duchas. Una vez allí, me arrodillé y empecé a mamar de aquel rabo que me obligaba a abrir al máximo la mandíbula. De vez en cuando alzaba la vista y veía su sonrisa de placer. Me agarré a sus nalgas y seguí mamando con más fuerza. Podría haber estado chupando esa polla durante horas; la deseaba dentro de mí, corriéndose en mi boca, o abriéndome el culo en dos y preñándome. Sin embargo, no llegó a tanto. La sacó de mi boca, me golpeó un par de veces con ella en la cara y empezó a cascársela. Yo creía que iba a correrse en mi cara y abrí bien la boca, sacando lengua, pero él se limitó a decirme “Ya te cogeré luego” y se fue. Me había quedado con el calentón. Me repuse y me dije a mí mismo que en los tres pisos de la sauna me esperaban un montón de pollas más, así que salí a buscarlas.

El primer sitio al que me dirigí fue el hamman, justo enfrente de las duchas. Antes de acceder había una antesala con duchas de agua fría y caliente. Yo aún no sabía que estaban allí para relajar el cuerpo mediante los contrastes de temperatura, así que me metí directo en la nube de vapor. Al principio no me pareció nada erótico. La única iluminación era una tenue luz rojiza y el vapor era tan denso y abundante que no veía nada. De hecho, de todas las veces que estuve allí posteriormente, nunca llegué a tener claro cuánta humedad de la piel se debía al sudor y cuánta al vapor. El baño turco tenía forma de U, con bancos en todas las paredes. Al fondo del extremo izquierdo había una sala cuadrada con recovecos en los que algunos hombres se tocaban entre sí. Aunque llegué a ver y participar en encuentros sexuales subidos de tono en la sauna de vapor, aquel no era mi día. Me senté relajadamente a sudar y a ver algunos de los cuerpos que pasaban delante de mí. Le eché el ojo a un hombre negro enorme y fornido, pero llegó un momento en el que me empecé a sentir incómodo allí y decidí salir.

Tras ducharme para quitarme el sudor, decidí subir al tercer piso, donde se encontraba el laberinto de cabinas, una auténtica zona de cruising. Me crucé un par de veces con el tío al que le había comido la polla un rato antes, que me guiñaba un ojo cada vez que pasaba. Por desgracia, no llegamos a repetir ni esa noche ni nunca. Os aseguro que era el tipo de polla que habríais querido dentro.

Lo cierto es que tengo recuerdos un poco confusos y desordenados de aquella parte de la tarde. Me acuerdo de haberle comido la polla a uno en el cuarto oscuro, aunque no durante mucho tiempo. Y haberme dejado follar por un chico latino que me dejó a medias. Tenía un calentón horrible (no me había corrido aún ni había encontrado ningún compañero con el que terminar un buen polvo) cuando el hombre negro al que le había echado el ojo antes me cogió y me empujó hacia una cabina (ok, quizás no fue tan violento, pero a mí me lo pareció). Me tumbó en la colchoneta, se sentó a horcajadas sobre mí y empezó a pajearse su enorme polla.

Y no, no me dejó chuparla en ningún momento, a pesar de que yo prácticamente le estaba rogando que me dejase lamer aquel miembro, o que me follase, que ya me daba igual. Con un rugido, me puso la polla en la cara y se corrió con fuerza. Los goterones de leche me escurrían por las mejillas. Me dio las gracias y se fue sin decir más. No llegué a entender nada. Me limpié los goterones con la toalla, fui a pedir otra y luego me lavé en la ducha. Volví a la piscina con intención de relajarme y allí vi dos chicos, puede que un poco más mayores que yo, con buen cuerpo. El más guapo de los dos, un francesito rubio con cara de pillo, fue el que entabló conversación conmigo. Un poco de charla de rigor y enseguida me miró el pene (un miembro que pierde mucha dignidad en una piscina, todo sea dicho). Se dio cuenta de que me resultaba extraño que me mirase con tanto descaro y me dijo: “Nada mal. Además, estamos todos aquí para eso, ¿no?”. Dejamos al amigo nadando y nos subimos a una cabina. Allí pude contemplar con tranquilidad aquel cuerpo de yogurín fibrado. Depilado y con un culo redondo precioso. Y además calzaba bastante bien. Nos lanzamos a comernos las pollas haciendo el 69. No parecía estar muy cómodo, así que me pidió que me tumbase y me dejase hacer. Cómo la chupaba de bien… Le dije que si mantenía ese ritmo iba a correrme muy rápido, lo que solo sirvió para que el chaval le pusiera más ganas y al final acabé corriéndome en su boca. Él no le dio importancia ninguna a que hubiese terminado yo antes y no hubiésemos pasado de chuparnos las pollas.

Como él mismo dijo: “Tu llevas aquí toda la tarde y ya tienes ganas de irte, pero mi noche acaba de empezar”. Me fui a casa pensando en lo divertida que hubiera sido una noche entera con ese chico. Volví a Sun City en muchas ocasiones a lo largo del curso, se puede decir que le cogí el gusto. Pero esas son otras historias.

Relato escrito por: Daniel Lobo

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